Está en la antesala de Malpica, cerca del puesto de guardia de las islas Sisargas; frontera de miles de naufragios, límite de las tierras “cognitas”. Delta de tierra que, desde Muros, bien pudiera haber recibido peregrinos, sabedores de que ni en la basílica se terminaba el Camino, quizá, ni siquiera, en Punta Finisterre. Aquí, algo, un arpón quizá, se ha clavado en mi carpetilla de apuntes; un arpón de neblina y salitre, marinero.
Está en la antesala de Malpica, cerca del puesto de guardia de las islas Sisargas; frontera de miles de naufragios, límite de las tierras “cognitas”. Delta de tierra que, desde Muros, bien pudiera haber recibido peregrinos, sabedores de que ni en la basílica se terminaba el Camino, quizá, ni siquiera, en Punta Finisterre. Aquí, algo, un arpón quizá, se ha clavado en mi carpetilla de apuntes; un arpón de neblina y salitre, marinero.
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Está en la antesala de Malpica, cerca del puesto de guardia de las islas Sisargas; frontera de miles de naufragios, límite de las tierras “cognitas”. Delta de tierra que, desde Muros, bien pudiera haber recibido peregrinos, sabedores de que ni en la basílica se terminaba el Camino, quizá, ni siquiera, en Punta Finisterre. Aquí, algo, un arpón quizá, se ha clavado en mi carpetilla de apuntes; un arpón de neblina y salitre, marinero.
Está en la antesala de Malpica, cerca del puesto de guardia de las islas Sisargas; frontera de miles de naufragios, límite de las tierras “cognitas”. Delta de tierra que, desde Muros, bien pudiera haber recibido peregrinos, sabedores de que ni en la basílica se terminaba el Camino, quizá, ni siquiera, en Punta Finisterre. Aquí, algo, un arpón quizá, se ha clavado en mi carpetilla de apuntes; un arpón de neblina y salitre, marinero.
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